domingo, 24 de enero de 2010

Hipocrecia y Haiti

Escrito por: Rafael Ciprián (rafaelciprian@hotmail.com)
Hipocresía y Haití

El pueblo haitiano se caracteriza por ser heroico y valiente. Tiene una capacidad de aguante muy singular. Fue el primero en abolir la esclavitud en nuestro Continente. Realizó una de las revoluciones más complejas de la Historia. Su lucha por la creación de un Estado independiente, trascendió por su contenido político, económico, racial, militar, social, anticolonialista y antiimperialista. Su historia está preñada de lecciones.

Pero el pueblo de Tousseint Louverture es el más pobre y el más sufrido de América. Las grandes potencias lo mantienen en el piso. No dejan de pisarle el cuello. La lista de dictadores que ha sufrido y las minorías indignas que lo dominan se han encargado de desangrarlo como un puerco para hacer morcilla.

Haití viene soportando lo insoportable. Padece una miseria espantosa. La minoría dominante se enriqueció vergonzosamente. Las mayorías se acuestan sin haber probado alimento decente. No tienen salud, ni educación ni los demás derechos fundamentales. Reciben un trato de bestias. Sobreviven, no viven. Su Estado colapsó. El desorden reina en la sociedad. Es un país de tierra arrasada.

Hasta los fenómenos naturales golpean sin piedad a los haitianos. Los últimos ciclones y huracanes les dejaron su rúbrica de horror. Ahora le tocó al terremoto sembrar la tragedia que mostró al mundo la injusticia social, el desamparo y la desesperación en que han mantenido a ese pueblo.

Los hijos de Jean-Jacques Dessalines, como seres humanos, son dignos de mejores condiciones de vida. Los dominicanos lo sabemos. Estamos agradecidos por sus múltiples ejemplos de lucha y por la solidaridad histórica que han tenido con nosotros. Por eso los apoyamos siempre. Todos los días les extendemos la mano amiga. Nos sacrificamos para hacerles más llevadera las condiciones de espanto en que viven. Los ayudamos a no morirse en el instante.

El mundo está escandalizado por la hecatombe que dejó el terremoto. Se habla de cientos de miles de muertos. Los sobrevivientes, niños, hombres, mujeres y ancianos heridos brotan de una escena de terror. Los edificios y demás obras de infraestructura resultaron destruidos. No dejó piedra sobre piedra. El terremoto fue democrático: no discriminó. Le pegó al pueblo haitiano y a sus explotadores internos. El pueblo suma esta desgracia a sus penurias de cada día.

Ahora bien, las grandes potencias, especialmente Estados Unidos de Norteamérica, Canadá y Francia, tienen la oportunidad de emendar su indolencia frente a Haití. No basta con que la Europa enriquecida se rasgue las vestiduras. Es tiempo de que dejen de aparentar que ayudan y que lo hagan efectivamente. Están dadas las condiciones, paradójicamente, para que Haití renazca de sus cenizas. Ni el ave Fénix tuvo jamás ocasión tan propicia.

Desde este humilde espacio elevo mi voz para pedir solidaridad verdadera, más acciones a favor del pueblo haitiano y menos hipocresía de las grandes potencias.

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